Un coche con matrícula de Logroño

Es un 9 de junio desapacible, lleno de nubes infladísimas y oscuras que van a sobrevolar el Monasterio de Yuso para cubrirlo de sombras y de murmuraciones sobre el tiempo. Debajo, como dibujos pintados por un niño en un papel, habrá un montón de cabecitas que de cuando en cuando se girarán hacia arriba para comprobar si llueve. El contraste con el calor de estos días que nos ha tenido asomados en el dintel del verano es un refrán personificado en la voz inolvidable de mi abuela. Ya no está, pero sigue aquí presente para decirme risueña al oído que hoy es cuarenta de mayo. 

A mí me gusta mucho que el acto institucional del Día de La Rioja se celebre en este escenario milenario que es Patrimonio de la Humanidad. Este año se ha hablado tanto de las Glosas que su ausencia tiene ya entidad protagonista, un vacío que se siente en el monasterio y se hace materia tangible como esos huecos en las esculturas de Oteiza. Espero que las Glosas regresen aquí algún día para que los riojanos las podamos disfrutar, porque si no estaremos cada 9 de junio en San Millán contemplando la sombra de una leyenda, como cuando Joan Laporta grabó un vídeo abrazado a un maniquí al que habían puesto la camiseta de Messi; una pena.

Estamos aquí otro año como en el Día de la Marmota. Siempre hay quejas sobre la pesadez de estas rutinas, pero es la continuidad y la repetición de los ritos lo que construye las tradiciones. Hay discursos, suenan jotas, ondean los banderazos, la gente canta que somos de estirpe berona y comemos panes con peces y vino aunque sepamos que ese es territorio de ficción; la verdad no es siempre literal y en ocasiones se cuenta mejor mediante la fantasía para darle forma al mito. La paradoja de los mitos es que, más que explicar lo que han sido los pueblos en el pasado, cuentan lo que quieren ser en el futuro.

¿Qué perfila nuestra identidad? ¿ser cuna del español? ¿la frontera entre los reinos ¿los siete valles? ¿el vino? ¿el Camino de Santiago? No lo hemos definido porque es una empresa imposible, pero el sentimiento existe y se materializaba cuando estabas a trescientos kilómetros de casa y veías un coche con matrícula de Logroño. Yo cada 9 de junio me acuerdo de lo que contó el catedrático Francisco Bermejo en este periódico: el germen de nuestra autonomía fue una protesta de cosecheros riojanos tras una subida de impuestos en 1784; Estados Unidos tuvo su Motín del Té y nosotros, la Rebelión del Vino de Rioja al que se quiso gravar con cuatro maravedíes por cántara. Fue una revuelta antifiscal porque aquel impuesto iba destinado a mejorar los caminos en otras regiones de España. Los menosprecios hacia nuestro territorio despertaban por entonces más indignación que ahora.

Carlos Santamaría – Artículo publicado en Diario La Rioja

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