No hay otro fenómeno igual

En 2010 la Copa del Mundo dio la vuelta a España y en octubre llegó a La Rioja. El trofeo dorado se exhibió en Logroño, Alfaro, Haro y Calahorra y la gente soportó filas larguísimas para mirarlo de cerca y hacerse una foto a su lado. La copa que Iniesta envió a España con su empeine derecho parecía la Menorah llevada a Roma por Tito tras conquistar Jerusalén, porque el deporte es una estilización de la guerra y los botines se pasean en desfiles para que el pueblo los venere.

En 2015 el madrileño SpY realizó varias intervenciones de arte urbano en Bilbao. Una de ellas era un mural gigantesco en la fachada medianera de un edificio industrial del barrio de Olabeaga. La obra es sencilla y evocadora: pintó la palabra ‘SOÑAR’ que hoy parece un mensaje para la ciudad y el mundo, el recordatorio de que un día Bilbao soñó con cambiar y cambió, y su viejo corazón de acero gris dejó paso al titanio deslumbrante del Guggenheim y provocó una transformación urbanística y emocional que se estudia en todo el mundo.

El jueves la gabarra del Athletic y su chiflado séquito náutico surcaron el Nervión para mostrar la Copa del Rey a sus seguidores; otra vez la Menorah, la piedra Rosetta, las cadenas de las Navas de Tolosa. Tras enfilar Zorrozaurre pasaron frente a ese mural que se alza junto a la ría al lado de San Mamés. La imagen era descomunal: la gabarra y detrás de ella, ‘SOÑAR’, la voz escrita de un pueblo echado a las calles para festejar en un frenesí rojo y blanco de bufandas y camisetas. Esta clase de trance solo lo producen hoy la música, la religión y el deporte, y hay que agradecerle al fútbol este hechizo, su asombrosa capacidad para unir a millones de personas con ideas enfrentadas sobre política o economía pero que en una tarde de abril estaban vibrando abrazados con una pasión compartida; no hay otro fenómeno igual.

«Cuando entró el último penalti me puse a llorar y me acordé de mis padres». Me lo contaba estos días un compañero al que sus padres ya fallecidos le transmitieron su pasión por el Athletic. La frase condensa todo lo que este deporte es capaz de generar. Un gol. Un chispazo repentino. Un viaje de milisegundos hasta el salón de casa en 1984. No es un simple recuerdo, es otra cosa distinta, y ante la magnitud de un sentimiento así no hay que pararse a pensar porque ni siquiera queda espacio para la reflexión. Este es el poder insondable que produce el fútbol a los que nos tiene inoculado su virus, porque mantiene una parte feliz de nosotros cautiva siempre en el pasado. Un barco surcando el río hace 40 años, el gol de Noly, Mijatovic señalando con el dedo tras dejar el balón durmiendo en las redes de Peruzzi, apretar la mano del abuelo en la grada de general.

Carlos Santamaría – Artículo publicado en Diario La Rioja

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