Se desconcha un trocito de pintura

Acabamos de batir un récord en las listas de espera quirúrgicas en la sanidad pública española con casi 850.000 personas sin fecha para su operación. Es la cifra más alta desde que tenemos registros, la hemos conocido esta semana y empieza a ser un fenómeno habitual de nuestro tiempo recibir de vez en cuando esta clase de noticias: ahora ha sido el nuevo récord en las listas de espera como otras veces es el incremento de los precios de los productos básicos o el aumento de la criminalidad. Es significativo de esta época y son titulares que no pueden observarse como asuntos aislados porque forman parte de la misma realidad como pedacitos de un gran barco hundido que van llegando a la playa.

No es un cataclismo súbito, no asistimos a un colapso brusco sino a un fenómeno más sutil: todo va un poco peor, pero los pájaros siguen cantando porque nadie mira de frente a este declive que se aprecia en tantas cosas que pronto va a ser imposible de ignorar. Nos estamos acostumbrando mansamente a que aparezcan gusanos o plástico en los menús escolares, a que haya que esperar diez días para lograr cita con el médico de cabecera o a quedarnos tirados en un tren desvencijado, parados en unas vías viejas en medio de ninguna parte. El éxito de esta clase de hundimientos se explica porque no son repentinos, sino procesos de degradación lentos, suaves, traicioneros, a veces imperceptibles, parecidos a la ruina silenciosa y terca de una mansión: una tarde se desconcha un trocito de pintura, otro día se funde la bombilla del fondo de la galería o aparece una humedad en el techo de la sala principal y así, aunque la casa sigue plenamente en pie, por dentro se va cayendo.

Siempre ha habido malas noticias, pero resulta incómodo hablar de esta circunstancia porque escribir hoy aquí que se va aceptando este deterioro general es un fracaso colectivo. Es un hundimiento que se piensa un segundo y luego se aparta de la cabeza, por eso es raro dejarlo por escrito, porque uno lo teclea y le confiere materia, y de repente le da vida al monstruo como el rabino de Praga cuando escribió en la frente del Golem y lo puso a caminar.

Esta degradación avanza en paralelo a la decadencia de nuestras instituciones, pero ese espectáculo lo contemplamos todo el tiempo y ya se habla a diario de él. Lo peor es el estado de sumisión en el que estamos; León Bloy escribió sobre el delirio de la servidumbre y en ese marco mental anda hoy el pueblo español, porque vamos incorporando a nuestras vidas con una naturalidad sombría que por ciertas calles es mejor no caminar, que los jóvenes son incapaces de alquilar un piso o que en las residencias no hay personal suficiente para atender a nuestros mayores como se merecen.

Carlos Santamaría – Artículo publicado en Diario La Rioja

Deja un comentario